lunes, enero 17, 2011

QUÉ LE HACE INTERNET AL CEREBRO?

Interesante reflexión publicada en el blog La Petite Claudine acerca de los efectos que causa en el cerebro humano el bombardeo de información al que se someten los usuarios de Internet.

¿Lees artículos interesantísimos de los que luego no recuerdas nada?
¿Zapeas de enlace en enlace y te olvidas de dónde o por qué empezaste?
¿Pierdes interés después del tercer párrafo?
¿Has cambiado la ficción por el ensayo o hace más de seis meses que no lees un libro?
¿Se te va la mañana en Facebook, Twenty, Twitter, Flickr, eBay, Tumblr, Myspace o Youtube?
¿Compruebas la bandeja de correo constantemente?
¿Comes delante del ordenador?

Si la respuesta a tres o más de esas preguntas es sí, bienvenido al club: Internet te ha vuelto hiperactivo. Si no desaceleras y empiezas a leer libros de nuevo, te condenarás a un modelo de pensamiento superficial, basado en las decisiones instantáneas y la falta de concentración.

Eso es lo que dice Nicholas Carr, miembro de la liga All Star de periodistas de Nueva Economía y reciente autor de The Shallows: What the Internet Is Doing to Our Brains, donde explica que nuestros hábitos en la Red son lo suficientemente sistemáticos, repetitivos e instantáneos para reamueblar nuestro mapa neuronal y reprogramar nuestro proceso de pensamiento de manera casi irreversible.

Cuando leemos en Red, explica Carr, nuestro cerebro está demasiado ocupado decidiendo si pincha o no en los enlaces, ignorando los anuncios y valorando el interés de los otros titulares para prestar atención a lo que lee, sin mencionar la interrupción constante de nuestros avisos de actualización (RSS, correo, SMS, etc).
Al segundo párrafo nos impacientamos porque el navegador nos recompensa con deliciosas endorfinas cada vez que descubrimos algo nuevo, aunque sea irrelevante.
O, en lenguaje psiquiátrico, cada vez que pinchamos un enlace recibimos una sardina.
Leemos más que nunca pero no nos enteramos de nada, porque, como le ocurre al protagonista de Mad Men, ya sólo nos gustan los principios de las cosas. Todo lo que no nos proporciona la satisfacción inmediata de lo fresco, el subidón de lo nuevo o la velocidad de una introducción nos resulta insoportablemente aburrido.

Hay quien piensa que Carr es un ludita viejuno y que, al dejar que la tecnología dictamine nuestros hábitos de trabajo y de ocio, aumenta nuestra capacidad para utilizar dicha tecnología, somos mejores en Google, más rápidos encontrando lo que buscamos, más efectivos encontrando agujas entre la paja. ¿Para qué saber cuando se puede encontrar?
Pero en esa carrera loca, advierte Carr, sacrificamos nuestra capacidad de hacer algo con esa información, abandonando los procesos cognitivos que llegaron a nosotros con la popularización del libro y que tienen que ver con la adquisición de conocimiento, la creatividad, el pensamiento crítico, la originalidad, el análisis y la reflexión.

Paradójicamente, The Shallows se lee en un suspiro porque salta de la historia del libro a lo último en neurología como quien va de pestaña en pestaña, y ejecuta perfectamente la habilidad de decirte algo que ya sientes que es verdad, que el navegador se está quedando los mejores años de nuestras vidas y que todo lo que antes era importante -lo íntimo, lo reflexivo- ahora lo es menos, todo lo que antes era accesorio -lo popular, lo social- se ha vuelto esencial. Pero el tono también resulta incómodamente familiar: siempre que una tecnología altera nuestros paradigmas sociales, alguien se marea y vomita en el coche.

José Luis Brea celebraba, en su muy imprescindible cultura_RAM (Gedisa, 2007), la transición de una memoria ROM (de almacén, de disco duro, estática) a la memoria RAM (de proceso, activa, de interrelación, producción y análisis) donde todos los monumentos del conocimiento caerán destronados por “la carga de potencia del instante presente”. Pero Jose Luis Brea no pasaba ni la décima parte del tiempo navegando que paso yo.

Será que Internet es como todo: si te pasas, no vale.

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